El aprendizaje social de ‘cómo ser mujer’ y de ‘cómo ser hombre’ se realiza en base a la percepción de determinadas expectativas respecto a  lo que se interpreta como ‘lo femenino’ o ‘lo masculino’, que varían según el contexto cultural e histórico, aunque mantienen una característica común: el mayor valor –social y económico- asignado a lo que se considera como masculino respecto al menor valor de lo considerado como femenino. Esa característica explica que históricamente hayamos aprendido a relacionarnos desde posiciones sociales de desigualdad.

Es importante tener en cuenta que ‘lo femenino’ o ‘lo masculino’ no se refiere al sexo de las personas, sino a las conductas y comportamientos aprendidos socialmente.

Así pues, aplicar la “perspectiva de género” implica:

a) Reconocer las relaciones de poder que se dan entre los géneros, en general favorables a los hombres como grupo social y discriminatorias para las mujeres.

b) Que dichas relaciones han sido constituidas social e históricamente y son constitutivas de las personas;

c) Que esas relaciones atraviesan todo el entramado social y se articulan con otras relaciones sociales, como las de clase, etnia, edad, diversidad funcional o sensorial, preferencia sexual y religión.