El fondo del mar perteneciente a la plataforma continental, más concretamente los primeros metros desde la costa, nos ofrece un espectáculo gracias a su comunidad de seres vivos.
Las algas eligen diferentes sustratos. Así las correas prefieren fondos de grava mientras que las cintas se asientan sobre rocas. Las más grandes, las laminarias (de hasta 4 m de longitud) se asienta en rocas y forman bosques submarinos que ofrecen protección y refugio. Otras como los carballones tienen vejigas de aire que les ayudan a mantenerse erguidas y a flotar durante la bajada de la marea. En A Coruña podemos encontrar más de 30 especies de algas.
Y en las algas o sobre ellas vive la fauna submarina. Entre los peces son frecuentes el abichón o la castañuela, doradas y blenios, todos ellos en zonas rocosas o peces planos en los fondos de arena. Moluscos como quitones y orejas de mar u otros más apreciados como jibias o pulpos.
Desde la costa es posible observar a algunos de los habitantes del mar. Con frecuencia podemos ver delfines mulares y calderones, que a veces se acercan a la costa y las playas. Algunas especies de aves realizan espectaculares migraciones sobre el mar, como los alcatraces, pardelas, charranes, etc.
En una ciudad que mira al mar, la similitud de las paredes y muros con los acantilados naturales convierten a nuestros edificios en el hogar elegido por animales y plantas típicos de las formaciones rocosas. En ellos crían aves como el vencejo común, el colirrojo tizón, la gaviota patiamarilla, la paloma,… Otras, como el halcón peregrino, utilizan las torres más elevadas como atalayas de caza. La vegetación es aquí escasa. Aun así, en algunos puntos concretos pueden crecer pequeños jardines de algas y musgos, helechos como el polipodio e incluso alguna florecilla como el Ombligo de Venus.
Los muros de las zonas más rurales del municipio son mucho más ricos en vida. Aquí se pueden hallar lagartijas, líquenes, caracoles, multitud de insectos, plantas hepáticas y trepadoras...
Como es lógico, la diversidad de la vida en estos lugares aumenta con la superficie de zonas verdes. Además de la vegetación ornamental y de las pequeñas plantas que crecen espontáneamente a sus pies, como el diente de león, es muy fácil encontrar gorriones, mirlos o lavanderas.
En el interior de los edificios viven numerosas especies, muchas de ellas incómodas para nosotros: pececillos de plata, cucarachas, ratones… Las ventanas abiertas en verano son una invitación a entrar a las mariposas nocturnas.
Los solares abandonados acogen a multitud de "okupas" naturales. Entre la abundante vegetación, de la que sobresalen los saúcos, es posible observar numerosos invertebrados como caracoles e insectos, mariposas incluidas, así como lagartijas o musarañas. También pueden verse pequeñas aves.
Además del hogar de extraordinarios ejemplares de árboles ornamentales, los jardines y parques coruñeses albergan una nutrida comunidad de pequeños animales. En los jardines del centro de la ciudad, como Los Cantones de Méndez Nuñez, San Carlos o Santa Margarita, son muy abundantes pájaros como el mosquitero ibérico, el carbonero garrapino, el carbonero común, la tórtola turca, la paloma torcaz, el mirlo… Y, por supuesto, también los omnipresentes gorriones y palomas.
A última hora de la tarde y primera de la mañana, durante los meses más fríos, los estorninos pintos forman grandes bandadas. Entonces es también posible observar al halcón peregrino mientras intenta cazarlos. Otras aves de presa propias de nuestros cielos, y más frecuentes hacia las afueras, son el busardo ratonero, el gavilán y el cernícalo vulgar.
En los parques de San Pedro-Cortigueiro y Bens, los pardillos y jilgueros forman bandadas de decenas de ejemplares. En invierno, los bisbitas recorren sin descanso las amplias extensiones de hierba. En verano, las tórtolas comunes hacen sus nidos entre los macizos naturales de tojo. Otros animales típicos de estos grandes parques son el lagarto ocelado, el conejo e incluso el zorro. Y, por supuesto, infinidad de pequeños invertebrados que son el principal alimento de todos los anteriores.
De origen artificial, en los estanques de Santa Margarita, San Pedro y Bens viven varias familias de patos y gansos, que no son aves salvajes.
La intensa actividad portuaria no es obstáculo para unos cuantos animales que obtienen su alimento en esta zona. No es raro observar a una manada de delfines mulares entre el dique de abrigo o en el Castillo de San Antón. En ocasiones incluso se pasean por la dársena. Entre cargueros, arrastreros o palangreros vuelan varias especies de gaviotas. Las más comunes son la patiamarilla, la sombría y la reidora. En el agua es fácil descubrir a cormoranes grandes y alcas.
Un lugar sorprendente es el rompeolas flotante situado frente al Castillo de San Antón. Construido a base de neumáticos usados, es el refugio durante la pleamar de un impresionante número de aves acuáticas que incluyen correlimos comunes, oscuros y gordos, agujas colipintas, vuelvepiedras, cormoranes grandes y moñudos,… Además, es el lugar de reposo de cientos de gaviotas reidoras, cabecinegras y sombrías, gaviones, charranes patinegros y muchas otras especies de aves.
Nuestras playas y las zonas rocosas que las jalonan son hervideros de vida. Pasear a la orilla del mar supone encontrarse con restos llegados hasta la arena que nos hablan de la vida en la costa: caparazones de erizos de mar, conchas de multitud de especies, algas arrancadas de los fondos,...
Acercarse a las rocas que rodean la playa durante la marea baja nos descubre todo un mundo escondido. Las algas como las correas o los carballones se agarran a las rocas y junto a ellas, en las pozas de agua salada, algas rojas de diferentes especies se mezclan con algas calcáreas, de consistencia semejante a los corales y tapizando las rocas ¿Y quién no conoce la lechuga de mar? Es ese alga verde, casi translúcida, presente en casi todas las charcas de agua salada. En esas mismas pozas o en las grietas, una multitud de invertebrados recorre el intermareal. Allí habrá cangrejos queimacasas, minchas o lapas. Otros en cambio permanecen inmóviles como las diferentes anémonas o los balanos, en espera de que vuelva a subir la marea. erizos y estrellas de mar son también de los más conocidos por todos.
También aquí varias especies de aves acuden a alimentarse de la multitud de animalillos: gaviotas, vuelvepiedras o andarríos.
Los acantilados de roca representan un hábitat muy estricto debido a los constantes vientos, salinidad y dificultad de agarrarse al sustrato, muchas veces vertical. Encontramos aquí algunas plantas de alto interés, como la hierba de enamorar, una de las más típicas de este hábitat. Junto a ella aparece el perejil de mar, antiguamente utilizada contra el escorbuto, las uvas de gato y diferentes especies de líquenes que tapizan las rocas de colores grises, negros, amarillos y anaranjados.
Gaviotas, halcones o cernícalos aprovechan las corrientes que se forman frente a los acantilados para realizar sus vuelos.
Las pequeñas islas e islotes son ecosistemas en miniatura. Casi todos ellos comparten su flora y fauna con las zonas de acantilado y las rocas del litoral. Pero al estar separados de tierra firme tienen unas características especiales. El constante golpear de las olas favorece la presencia del mejillón fijado a las rocas y, sobre todo, del percebe, que aún sobrevive en varios lugares. La vegetación se reduce prácticamente a la presencia de algas, capaces de soportar olas y mareas.
La tranquilidad de los islotes los hace ideales para que muchas aves marinas los utilicen como lugares de reposo o dormidero. Así es frecuente observar a los cormoranes con sus alas abiertas para que se sequen o buceando en los alrededores, ostreros, gaviotas, etc.
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